Es bueno saber que en el ámbito del terruño coyonero persista encendido entre preocupados habitantes el recuerdo de la figura de José Cupertino González Quintero, a quien sus cercanos conocieron como “Cheíto”, un hombre de un espíritu de sensibilidad profundo y portador de una virtud que denotaba prudencia, como es la virtud del silencio, perfil que lo emparentaba con el núcleo de valores que poseían los jóvenes del tiempo que le tocó vivir, azotados por el oscurantismo impregnado por Juan Vicente Gómez.
Hizo vida en El Coyón y aquí se forjó como agricultor y criador caprino para luego convertirse –por la condición natural de su espíritu– en benefactor insignia ante las necesidades del caserío, siendo una éstas la construcción de un espacio destinado para aniquilar la ignorancia, como fue la de levantar esta escuela que hoy, bajo la égida de los habitantes, la consagran con su nombre.
Este hombre vino al mundo el 21 de febrero de 1915 en un hogar de amables resonancias capitaneado por Eufemio González y Juanita Quintero, siendo el primogénito de aquella unión que lo bañó de la savia del trabajo creador que le despertó ideales con los que cargó para siempre, como el de la solidaridad y su adhesión a las buenas causas.
Casó con Paula Antonia Rojas para hacer vida marital en el lugar en que nacieron, para conservar la vigencia egregia de su formación patriarcal procreando dos hijos, Egilda Valentina y Juan Ramón.
Hombre de acción y corazón grande fue en síntesis “Cheíto” González. Mecenas de aliento humilde que nunca reparó en considerarse imprescindible, pero su obra hoy está consagrada con su nombre al lugar en donde el hombre, pueblo, Nación y Estado están en los bancos y pupitres.
Murió el 19 de abril de 1989 a los 74 años de edad. El recuerdo de lo que hizo José Cupertino por El Coyón es un mensaje que es deber digerir, especialmente en los tiempos que vivimos, en donde se hace urgente la cooperación y el concurso de los habitantes, y que la escuela del caserío lleve su nombre, es una legítima expresión de agradecimiento que se extiende a quienes le sobrevivimos, porque es una muestra de que sigue resplandeciendo la justicia al mérito de quienes, gente como él, se deben rescatar del anonimato y ponerlos en el pedestal que merecen.
Franklin Piña González.-
Carora, octubre de 2024.
COMENTARIOS