Ronald Acuña Jr. no se presentó este jueves al estadio Universitario. Y su ausencia ya debe ser definitiva, a pesar de la esperanza que mantienen algunos parciales de los Tiburones.
Independientemente de lo que suceda ahora en la final de la LVBP, parece más que improbable el retorno de la estrella de los Bravos de Atlanta. Por un lado, porque sin él acaban de ganar su primero en la serie. Y porque Wilson García demostró una vez más que siempre hace más falta el que vendrá que el que se fue. Y por otra parte, porque ¿qué sentimiento embargará a todos en la cueva si ahora le ven volver?
Este no deja de ser un epílogo tristísimo para quien, mientras estuvo en acción, fue la vedette de la temporada 2022-2023. ¿Cuántas figuras con su estatus han venido a jugar en Venezuela, teniendo un contrato garantizado por más de 100 millones de dólares? ¿Cuántas?
Es imposible quitarle la razón, si en efecto sintió amenazados a sus amigos y familiares. Está en su derecho de irse como protesta, como lo estaba de venir.
En verdad, fue su sola voluntad lo que le permitió pasar por encima de la recomendación de su organización en la MLB. A los peloteros de su nivel pueden impedirles jugar en el Clásico Mundial de Beisbol con solo levantar el teléfono e indicarlo al comisionado Rob Manfred. El Big Show y sus equipos son los propietarios de esa competencia, no lo olvides. Pero en el Caribe ellos no pueden mandar cuando un astro se empeña. Porque ¿qué pueden hacerle? ¿No incluirlo en el roster de 40? ¿No invitarlo al Spring Training? ¿Demorar su ascenso a las Grandes Ligas? Todo eso, que funciona con un prospecto o con un pelotero no consolidado, se hace agua cuando una figura decide actuar de su cuenta y riesgo.
Así que hemos tenido el lujo de ver a Acuña activo en la pelota invernal. Y no voy a criticar a quienes decidieron abuchearlo esta semana. Los fanáticos están en su derecho de tratar de sacar de concentración a quien consideran la mayor amenaza del equipo contrario. Distinto es llegar a la agresión física. Y para mí, el insulto también sobra. Pero ¿pitarlo? Es lo lógico. Ya en la eliminatoria le aplaudieron todos. Ahora es otra cosa, porque está en juego a corona.
Tampoco voy a criticar al slugger de La Sabana por festejar como quiera sus jonrones. Estamos acostumbrados a ver jugadores de la NBA o de las principales ligas de fútbol europeo o de la NFL bailar, saltar y montar un show con sus clavadas, goles o touch downs. Incluso les hemos visto en todos esos deportes hacer gestos a las tribunas rivales, mofarse, ponerse el dedo en los labios, mandándoles a callar.
¿Por qué impedirle a un jonronero o a un pitcher que haga todo el aspaviento que desee, si hasta un conductor de Fórmula 1 quema sus cauchos haciendo trompos innecesarios, en obvia jactancia de su triunfo, después de ganar una carrera?
Yo soy de otra generación. Yo aprendí a amar el beisbol viendo jugar a David Concepción, a Baudilio Díaz, a Manuel Sarmiento y a Luis Leal. Soy de los que sonríe satisfecho al ver en videos viejos cómo el gran Antonio Armas disparaba un cuadrangular, bajaba la cabeza y recorría las bases sin ruido.
Pero los tiempos cambian. Siempre cambian. Hasta en la MLB han hecho de Acuña, de Fernando Tatis Jr. y de aquellos otros que celebran con exageración el rostro publicitario de las Mayores. «Let the kids play», dice la promoción. «Dejen jugar a los muchachos». Vean las reacciones positivas que en el mundo de la Gran Carpa tuvieron al divulgarse el video de su fiesta. Y está bien, son otros tiempos.
Eso sí: los que le abuchean hasta la locura, ejerciendo un derecho adquirido por haber pagado una entrada, que después sufran en paz sus meneos. No pueden morir a sombrerazos. Porque tanto derecho tienen los unos a meterse con él, como él a responderles y provocarles…
A los que crecimos admirando a Manny Trillo también nos toca aceptar y aprender a disfrutar los nuevos ritos y las nuevas formas, siempre que eso que odiosamente llaman «perreo» no se convierta en una burla al contrincante. Lo ocurrido en Puerto La Cruz en este mismo campeonato tiene que ser una lección definitiva y para siempre.
Así que Acuña no va a jugar más. Y es una lástima. Hubiera sido un deleite verle lidiar con la presión que quería poner sobre él la fanaticada caraquista. Verle fallar o desquitarse a punta de tablazos de 100 millas por hora, convirtiendo en gasolina para su ímpetu eso que intentaban en su contra.
Ya no está, y ahora sí parece definitivo. Porque los Tiburones ganaron sin él, después de que él los dejó en pleno segundo juego, cuando todavía parecía plausible empatar. Y eso es lo triste. Porque es un colofón que no merecían él ni La Guaira ni todos los que de una u otra forma valoramos lo que significó su estreno en Venezuela y disfrutamos de la LVBP.
(Ignacio Serrano)
Foto: Fernando Odúber / Prensa Tiburones de La Guaira
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