La casona podría convertirse en un museo para las nuevas generaciones
La vetusta casa Colonial del General “Juan Jacinto Lara Meléndez” donde habitó con su familia por los años de 1830, se derrumba paulatinamente sin que ningún gobierno sea local, regional o nacional hagan algo para recuperarla y así ponerla servicio de las nuevas generaciones, por cuanto esta casona representa una reliquia del hombre que lucho al lado del Libertador Simón Bolívar, dejando muy en alto el gentilicio caroreño.
Aquella morada adquirida por el General “Juan Jacinto Lara Meléndez” cuando contrajo nupcias el 15 de septiembre con Nemesia Urrieta Peraza con quien procreó cinco hijos que tuvieron su infancia en esta vieja casona con paredes y pisos de ladrillos traídos del caserío alfarero de Alemán.
Señala el profesor e historiador Emerson Corobo Rojas, cronista parroquial de Carora que hoy recordamos su trayectoria civil del héroe de la Independencia “Juan Jacinto Lara”; quien murió a los ochenta y un año de edad y sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional en 1911. El 3 de diciembre de 1924, el Dr. Juan Carmona fundó la Sociedad Jacinto Lara con el objeto de rendir homenaje al prócer en el Centenario de la Batalla de Corpahuaico, declarar día de fiesta su natalicio y erigir una estatua en su honor en Barquisimeto. Además, se creó como reconocimiento oficial la Orden “Jacinto Lara” para las personas que por sus méritos y cualidades se hayan distinguido en el desempeño de sus funciones públicas o privadas.
¿Acaso no son suficientes méritos del general para rescatar esta casa y convertirla en un museo en honor a nuestro héroe epónimo cuyo nombre representa a este Estado del occidente de la República?
Esta casa, tal vez, ya era vieja pero tenía “vida” y el tiempo estaba detenido y sus habitantes no envejecían y prueba de ello es cómo al paso del tiempo el alféizar de la ventana-balcón ya no golpea la frente. Las casas con zaguán, cada una con su historia la de sus habitantes y la particular manera de hacer la reunión vespertina en la puerta de la calle en compañía de los mismos vecinos de siempre, a la misma hora todos los días. Y ese “adiós, cuando pasaban los transeúntes (casi todos conocidos), que iban para el camellón o regresaban ya entrada la noche.
Destaca el cronista Corobo que: “calles y casas son evocadoras del recuerdo, por cuanto en su quietud avanzaron en la formación de una historia personal y hoy frente a ellas se experimenta la extraña sensación –como dice Ernesto Sábato– de que al querer entrar e intentar abrir la puerta, nos encontramos con una pared. Aquella casa de la infancia, así como las que por esa época llamaron la atención, son algo más que paredes y pisos, puesto que son esos seres que la viven, con sus conversaciones, risas, amores y odios; seres que impregnan la casa de algo inmaterial, pero profundo, de algo tan poco material como es la sonrisa en un rostro…”.
Con mucho pesar – dice Corobo Rojas- al pasar por el frente de alguna de estas históricas casonas, se evoca de que no era el ventanal lo que la hacía notable, sino lo que se percibía en ellas: el cuadro del paisaje de un país lejano y el retrato con marco dorado colgados en la pared, los arabescos de un gran jarrón azul, la música que se escuchaba, los ladridos del perro que atemorizaba al pasar; voces, risas y llantos de unos y otros de sus habitantes.
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